Los nombres de los bebés en España… y el marketing
Queríamos compartir un artículo aparecido en El País, sobre los nombres más comunes en España, según los años. Es decir, se ha hecho un estudio sobre los nombres más comunes que los papás han puesto a sus peques por años. A nivel de big data, se puede ver cómo va variando el nombre más popular y cómo la cultura española va cambiando: aparecen nombres extranjeros, se hacen populares nombres en otras lenguas del estado (apertura constitucional), nombres que se consideraban antiguos hoy están de moda («Candela está de moda? pero si eso viene de Candelaria…» como diría mi abuela»).
Compartimos el artículo:
http://politica.elpais.com/politica/2016/12/07/actualidad/1481107591_996675.html
Está en relación con éste otro artículo, también en la misma línea:
http://verne.elpais.com/verne/2016/02/03/articulo/1454494719_432594.html?rel=mas
Analizando los datos, vemos que las diferencias numéricas entre unos nombres y otros son apenas de un punto porcentual o de décimas entre los más comunes. Los 5 nombres más comunes, juntos, representan a un 12% de la población. Pero, como todos los estadísticos sabemos, hay diferencias pequeñas porcentualmente hablando que pueden ser determinantes para establecer tendencias en poblaciones tan grandes.
¿Y que tiene esto que ver con el marketing?
Las modas reflejan de forma curiosa cómo evoluciona la sociedad, en este caso la sociedad española. Los nombres que los papás ponen a sus hijos dicen mucho sobre los deseos que los padres tienen sobre ellos. Todos los padres hacemos una transmisión de deseos sobre nuestros hijos, queremos lo mejor para ellos y el hecho de ponerles un nombre no es ni mas ni menos que una proyección de nuestros deseos sobre ellos. Hay religiones que establecen que los nombres determinan el futuro de las personas y a los niños se les nombra en base a ello. En otras, el nombre se pone según el día de nacimiento del niño, como un horóscopo que marcará su futuro. En nuestra propia cultura cristiana, establecer nombres angélicos o de arcángeles indica un afán (a veces soterrado) de protección sobre el niño o el deseo de los padres de que el comportamiento de ese niño se rija bajo su admonición. En siglos anteriores, este deseo era indisimulado y determinante.
Existen culturas actuales y antiguas (ej: los mexica, pero también la romana) en las que el niño tenía un nombre «infantil» hasta una cierta edad de transición, con el objetivo de protegerle (sobre todo de enfermedades, maldiciones, castigos de los dioses). En muchas culturas, esa edad de transición rondaba los 7 años. Ese niño pasaba entonces a adoptar un nombre adulto y que incluía incluso «motes de guerra» y apellidos, que determinará su futuro. O al menos así se deseaba.
¿Funcionaba este mecanismo de transmisión del deseo parental? ¿El nombre de una persona puede determinar su comportamiento o su futuro? ¿Cuantos «Ángel» conocemos malos como demonios, «Virginias» casquivanas, o «Hector»s innobles? ¿Ponemos a nuestro hijo el nombre de una «buena persona que hemos conocido» con el deseo incosciente de que nuestro hijo sea como ella? ¿Eliminamos en nuestra elección nombres de personas que no nos han gustado y que hemos conocido? Hoy este fenómeno de asignación de características tiene un efecto más limitado, con una sociedad abierta y con muchas influencias de todo tipo en el carácter de las personas. Pero está comprobado que un nombre puede determinar en mayor o menor medida la personalidad de un sujeto, sobre todo en el peor sentido. Baste recordar el efecto nefasto que un mote o un apelativo repetido puede tener en un niño a la hora de conformar su personalidad («Eres malo» se convierte en «Soy malo» con una facilidad brutal en la mente de un niño). ¿Puede hacerlo en modo positivo? Por intuición parece que sí, pero la psicología tiene la última palabra.
Los nombres llegan, se ponen de moda, tienen su pico de popularidad y caen en desuso de forma regular siguiendo una curva similar a la normal. Pero existen sesgos que son muy fácilmente observables. Aunque en nuestra historia ha sido determinante, la tendencia a poner un determinado nombre hoy no queda sesgada por efectos como la continuación de sagas familiares o el hecho de que al niño se le bautice con el nombre del patrón del pueblo donde se ha nacido o de la nación. Este factor sí que era determinante en los años de mayor influencia religiosa o gremial, en nuestro pasado no tan remoto. Se puede resaltar también un sesgo que tampoco aparece hoy en día: algunos de los nombres más comunes en los años de la dictadura franquista eran Maria del Carmen (Polo, esposa de Franco), Francisco (Franco) y José Antonio (Primo de Rivera). Son nombres que se ponían a los niños, hoy adultos de 60 años para arriba, para congraciarse con las autoridades y con la ideología dominante ¿Cuantas familias de «perdedores» de la guerra civil acudieron a este mecanismo?. Es un hecho común que se repite en otros países y es natural. Hoy en día se puede observar, a pequeña escala, en regiones politizadas, donde, para congraciarse con el entorno, «camuflarse» con la población autóctona en caso de inmigrantes, y/o mostrar adhesión a la causa, se nombra a los niños con nombres propios de la región.
Hay nombres que se ponen de moda por eventos externos a la dinámica: la protagonista de un programa de televisión, un nombre extranjero con sonoridad que «llega» hasta nuestro idioma… ¿Habrá algún «Obama» o un «Donald» entre los niños nacidos este año en España?
También existen nombres que se consideran de «clase alta» y otros de «clase baja»: todos podremos establecer, ahora mismo, qué nombres son los más comunes entre la clase alta que conocemos y, al mismo tiempo establecer qué nombres son los más comunes entre los menos afortunados de nuestro entorno. Curiosamente, todos podremos hacerlo con nitidez, y nombrar 5 o 6 de cada tipo. Pero, también curiosamente, los que marque una u otra persona serán diferentes. Tanto por el círculo de «nombres» y personas en los que se mueve como por lo que consideramos cada uno por clase alta o clase baja. Y aquí está el quid de la cuestión:
El ciclo de Vida del Producto… perdón, del Nombre.
Como indicábamos más arriba, los nombres, como cualquier producto-servicio, tienen una etapa de entrada en el mercado. Esa entrada suele producirse, como un producto servicio cualquiera, a través de los miembros del mercado más innovadores, con mentalidad más abierta y con más contacto con «otros mercados». La gente que viaja, que tiene conocimientos de idiomas, que tiene la mentalidad más abierta a otras culturas u otras formas de ver la vida son aquellos clientes-miembros del mercado que tiene acceso antes que los demás a los productos nuevos… y los compran. Igual pasa con los nombres para nuestros retoños: aunque todos tenemos acceso por internet a series e idiomas extranjeros o de otras regiones con el mismo idioma, sólo aquellos más «aperturistas» asimilarán cultura e información que los lleve a adoptar un nombre distinto a los de su entorno para sus hijos. Porque poner un nombre es cuestión de gustos, pero los gustos se determinan también porque se ha asimilado parte de la cultura o de la imagen que esa cultura transmite. O porque se ha tenido la capacidad intelectual, cultural… de bucear entre nombres más en desuso para hallar aquel que haga a nuestro hijo único y diferente.
Esos «aperturistas» suelen pertenecer a las capas de población más favorecidas: intelectuales, políticas, comerciales y/o financieras. Es decir, es muy probable que pertenezcan a la clase alta de una sociedad, aquella que tiene mayor cultura, mayor probabilidad de contacto con otras fuentes culturales o de información, aquellos que viajan y conocen más. Aunque hoy en día, ese abanico se puede abrir mucho más hacia clases medias y clases medias-altas, que cumplen con los requisitos anteriores perfectamente y por el efecto de Internet. Son también aquellos que antes asimilarán los nuevos productos y los nuevos servicios. Y los que los presentarán en sociedad.
Tras este momento de asimilación del nuevo «producto» entre los más abiertos, se produce una amplificación del mensaje y se expandirá. Los imitadores, aquellos que no estén tan en contacto con otros mercados y los rezagados, se irán incorporando a la masa de «compradores» de los nuevos nombres, de la tendencia. El grueso del mercado se incorpora en este momento. Existe una tendencia fuerte a que las personas pongan nombres de «ganadores» a sus hijos, porque quieren que ellos sean también ganadores, que pertenezcan a esa élite ilustrada o acomodada. El efecto es que el movimiento de traspaso de «clientes» se haga más bruscamente y en menos tiempo, al igual que ocurre con el mercado de la moda o de los gadgets tecnológicos.
Y, por último, aquellos más conservadores, los más reacios o los que menos en contacto estén con el mercado, terminarán adhiriéndose a la moda, por los motivos anteriores o por otros diferentes. Al mismo tiempo, los «aperturistas», los exclusivos, determinan que el producto nuevo e in no es ya tan nuevo ni tan exclusivo y varían sus gustos, comprando otros «nombres» otros productos, abandonando este mercado, dejando los nombres de «clase baja» a personas de clase baja. Y buscando nuevos nombres de «clase alta». Como ocurre hoy en día con los móviles, las marcas de ropa o los establecimientos comerciales.
Voilá, tenemos ya determinada nuestra curva normal, nuestro ciclo de vida del producto (que puede o no tener relanzamientos). Y eso sí que tiene que ver con el marketing. Unos pocos prescriben, queriendo o sin querer, un producto-servicio. El resto, los sigue. Los rezagados al final, Y al final la rueda gira, cuando los prescriptores cambian el objeto de atención.
Por cierto, el INE ha puesto a disposición de todos una herramienta para conocer qué nombres son los más comunes según el registro del padrón. Pueden consultarla aquí:
http://www.ine.es/daco/daco42/nombyapel/nombyapel.htm
Quizás encuentren algún nombre que les guste. Nosotros a nuestro hijo lo hemos llamado Gabriel. A la moda de hoy.
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